«Incapaz de respirar, Dusty se queda allí parada, librando una guerra interior con cada uno de sus deseos. El de abrazarlo. El de besarlo. El de decirle todos y cada uno de sus pensamientos. El de agarrarle el pelo, ladear su cabeza e hincarle los dientes en el cuello».
—¿Adónde vas? —le pregunta—. Cuando te apartas así, quiero decir.
Dusty traga saliva; el corazón le palpita con fuerza.
—Me resulta difícil… No me gusta… sentir cosas. Al ver que él no dice nada, se gira para mirarlo. Tiene los ojos atentos, pensativos.
—¿Y yo te hago sentir cosas? —pregunta Will suavemente. Ella vuelve a apartar la mirada, intentando acordarse de respirar.
Dusty solo quiere escapar a sus libros y a la extensa naturaleza que rodea su casa, situada en las montañas del norte de Nueva York. Lo que no sabe es que hay algo acechándola entre las sombras del bosque.
Una mañana, cuando se despierta, su cuerpo, sus sentidos y sus necesidades comienzan a cambiar, y empieza a sentir una atracción imparable hacia el callado y misterioso Will como nunca antes había experimentado.
El problema es que no sabe qué quiere más: besarlo o saborear su sangre.